10 de febrero de 2011

Prescripción médica

Me desplacé a la Universidad Rey Juan Carlos para realizar una entrevista y como llegué antes de tiempo –me gusta ser puntual en este tipo de actos–, decidí darme una vuelta de reconocimiento por el Campus de Fuenlabrada para ver los aularios, laboratorios, la biblioteca y la cafetería (siempre me dejo lo mejor para el final).

Al principio me asusté un poco, no veía a nadie en las espaciosas y limpias zonas ajardinadas, no me podía creer que la mayoría de los estudiantes estuviera en clase, tal anomalía solo ocurre en las malas películas estudiantiles. Mis dudas se disiparon al comprobar que una masa de jóvenes charlaban, fumaban y bebían (refrescos y zumo de cebada) en los aledaños del aula magna de la universidad, la cafetería. 

Tras un rápido paso por el lugar me sorprendió ver una enfermería (estoy acostumbrado a ver capillas en las universidades públicas no salas de curanderos), pero aún me conmocionó más observar el cartel que pendía de la puerta y que no dudé, como todo japonés que se precie, en retratar.

Imagino que el cartel tendrá su historia, me estoy imaginando colas interminables de estudiantes esperando su turno para recibir su dosis de fantasía. Para recibirla habría que ingeniarse alguna excusa del tipo me duele la cabeza, necesito pastillas para no dormir que mañana tengo un examen de última convocatoria o dame algo que estoy muy nervioso y puede que asesine al decano. El caso es que los estudiantes podrían drogarse gratis e invertir el dinero destinado para estupefacientes en comprarse los apuntes en reprografía o adquirir los manuales de las asignaturas, todos ganan.

Aunque otra posibilidad radica en que los aficionados a las medicinas sean los propios docentes de la universidad, y sería comprensible su adicción pues los pobres andan muy estresados corrigiendo exámenes cada seis meses, viajando a otros países para impartir conferencias o rezando para que ningún alumno cabreado con su suspenso les haya rayado el coche nuevo.

Tan solo puedo especular las circunstancias que obligaron a colgar el cartel en la puerta de la enfermería, lo que sí que puedo asegurar es que ha nacido un nuevo y lucrativo negocio universitario: el de falsificador de recetas médicas.

1 comentarios:

Tomás Serrano dijo...

Elegante manera de pedir recetas...

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